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sábado, 6 de enero de 2018

Pubertad de los sesenta

                                     
                                                   © Foto con Cristina Pardo de Carlos Crespo

Dejas de beber, de fumar
piensas que el capitalismo es una mierda
que te consiente vivir en la parte
buena del planeta
y que contra Franco
aprendiste a Freud, el Kamasutra
y que Carlos Marx
no escribió para una estepa,
ni para el Gulag ni para la Nomenklatura.
Además, que de las cenizas del Nazareno
nacieron las míseras venéreas de la curia,
la emoción de la Capilla Sixtina,
los secretos de las víboras
el veneno de los besos de puta,
y el éxtasis, gloria bendita,
de Haëndel y su Aleluya.
Que la vida es una contrarreloj
absurda desde la nada hasta la nada
y algunos corren por ganarla.
Es la síntesis de la madurez,
el reposo de los cincuenta.
Afortunadamente vuelve
una segunda adolescencia.
Te das cuentas de que aquello
que hiciste bien no estaba tan bien,
más bien, era, además de una reiteración,
una trampa burda de la conciencia.
Te das cuenta de que aquello
que no te perdonas
es por lo que alguna mujer
volvería a soltarse la melena.
Esto de la pubertad de los sesenta
tiene todas las contraindicaciones
que ustedes quieran,
pero me obliga aplazar la muerte
un par o dos de décadas.
Porque yo o me muero en paz
con un inventario en limpio
de gozos y de penas
de méritos y de deudas
o me quedo sentado en la barra
escribiendo un Canto a mí mismo
—como el viejo Walt Whitman—
para meterlo en una botella
y tirarlo desde el delta de tu pubis
al mar que tu mirada refleja.
Porque para pasarme la eternidad
como el pensador de Rodin,
que no sabes si se aburre o piensa,
no cierro para siempre
ni los ojos ni la bragueta,
ni el corazón ni la cabeza.


Mariano Crespo 






                  

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