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martes, 2 de junio de 2015

Atardecer en el lugar sin nombre


Cuando las muchachas salían huyendo desnudas 
del territorio virgen de nuestras conversaciones 
gocé del privilegio de tener amigos. 
O sea, conocí que tenía límites además de picores y granos.
Cuando las muchachas huyen vestidas de los sueños 
al sur del río sin norte que desciende con aguas turbias
y en sus meandros nadie se detiene a tomar un baño,
los amigos van desapareciendo y gozas del privilegio 
del vértigo del águila y la soledad del caracol.
Hay límites, amor, pero ya no están lejos sino dentro.
En un lugar entre el corazón y los nudillos de los dedos.
Un sitio del que no importa el nombre 
pues carece de futuro 
y no acuden forasteros
y hay asambleas de buitres en su contorno.
Un lugar en el que das dos pasos para estar en el mismo punto. 
En ese paraje conviene haber abierto una mina 
en tus entrañas pues todos los descubrimientos 
están donde las semillas y la veta del comienzo.
El fervor es una memoria del fervor 
y la vida es un lago 
sobre el que gravita la leyenda de que habita un monstruo 
que nadie ha visto pero todo el mundo conoce.

© Mariano Crespo


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