Que haya gente enamorada
de los cerebros de la red
no tiene porqué sorprender
ni causar espanto.
Todos los que peregrinamos al psiquiatra
sabemos lo que es desear
a quien conoce nuestros bajos fondos
a la que poda los jardines en que nos metemos
y tiene datos sin necesidad de cinta métrica
de que somos tan gigantes como enanos.
En la otra esquina del cuadrilátero,
nosotros solo sabemos de ella
que en nuestros sueños
nos suplica arrastrándose por el fango
que la quitemos la ropa
y que la ayudemos a apagar
ese incendio que la consume por dentro.
El tiempo se evapora
hasta en las consultas con vistas
a alcobas y venenos,
pagamos a la desconocida
y nos vamos
igual de chiflados
y con un nuevo deseo insatisfecho
para la mental colección de huecos
que abrieron las felices perdices
de nuestros propios cuentos.
© Mariano Crespo
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