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lunes, 21 de julio de 2014

Intocables


Te escribo 
para decirte 
que no te guardo rencor 
mi sentimiento es frío
como el cadáver 
de un asesino de versos
pero no me permito el olvido
como no olvida el cachorro
la patada y el gemido. 

El rencor no es poético 
como tampoco lo son 
el sarro o los orzuelos.
Te guardo prevención 
y alerta como a las llamadas
de teléfono en la madrugada,
la carta de la muerte del tarot
o las catástrofes de los diarios
manchando la primera plana. 

El rencor no es poético
pero la poesía 
ayuda a vaciar el saco 
ventilar la alcoba 
arrojar lastre 
o evitar la gangrena 
extirpando lo infectado 
de ese tipo poco literario
tornado en kakfiano
que siendo hombre
se convirtió en herida
durante una época 
más larga que cien daños.

Tatuar en sueños 
la palabra asco 
sobre tu piel 
inversa 
que es gusano
y fue hilo de seda 
es un acto de justicia 
que palía 
aunque no arregla.

Tampoco compensa
el tiro por la espalda 
la mala baba 
el secuestro de la belleza 
la usura con los recuerdos 
la orden de residir bajo la alfombra 
como la basura que se oculta 
empadronado en la memoria
del extenso territorio 
que comprende la palabra mierda.

Hay mesías vocacionales
que para redimir 
supuestos pecadores 
los rebozan en miseria
los envuelven para regalo
y los donan con cariño
a directores de cine 
que se recrean 
filmando la agonía
a cámara lenta. 

Aunque no te nombre
para no congregar
al mal sabor de boca 
tengo tu foto pegada 
con chinchetas 
en el tablón de anuncios 
de mis avisos vitales 
en donde reside 
lo que no debo hacer 
a quién no creer 
y por qué ponerme 
en guardia 
cuando alguien me habla 
con el lodo dulce 
de la bondad falsa. 

Te tengo el respeto 
que doy al horizonte,
no me importa que estés 
pero me conforta no alcanzarte,

Tenernos siempre a la vista,
pero ser en esencia intocables. 

No me quiero despedir 
sin agradecerte 
el haberme enseñado 
todo lo que nunca 
debería descubrir
cuando no estuve en guardia,
atento ni preparado.

Que la vida te trate bien,
aunque sea solo 
por su propio amparo. 

© Mariano Crespo

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