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martes, 7 de agosto de 2012

Mens sana in corpore sano




 En el edificio en que resido
descubrí, por azar, una mañana en el sotano
un gimnasio abandonado.

Conservaba los vestigios de una epoca de esplendor,
esa dignidad que guardan los objetos que fueron demandados
y ahora son nobleza en ruina, aparcados en un rincon.


Bicicletas, hálteras, pesas, espalderas,
jubilados, sin utilidad como el arte,
y con la conversación
amena de las personas y los objetos en desuso.
Me hice con una llave y todas las mañanas
desciendo a mi particular escondite
cuidando de que los vecinos no me vean,
caigan en la cuenta y recuerden.

Y mientras ruedo inmóvil en una de las bicis
que todavía, pese a sus heridas, cumple su trabajo
charlo con ella de la recta de meta, de la soledad, del abandono
y le cuento una película de Luchino Visconti,
sobre la belleza inmortal y lo efímero de nuestro paso
por ella, y tan largo por la miseria.

Le confieso que me identifico con el papel de Burt Lancaster.

Soy feliz en ese espacio intemporal
en el que cuido mi cuerpo y mi inteligencia.

El entrenamiento no es para ganar energía
es para aprender a despedirme de ella.

La bici y yo carecemos de ambición,
festejamos seguir amigos y funcionar cada día.
 

 © Mariano Crespo Martínez







                   

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