Me habían educado
para tenerlo todo claro.
El cielo arriba
la tierra abajo.
Los dioses en el templo
el hombre desterrado.
Pero los hombres me hablaban
y los dioses guardaban silencio.
Un día presentí
que era de los rechazados
que mi destino
era no guiar a nadie
era pasear a solas
sin caminos marcados.
Me quité el traje de certezas
cubrí de dudas mi cuerpo desnudo.
No era un ser superior
era un animal perdido.
Desde aquel tiempo
sobrevivo, a veces,
a momentos vivo.
No doy ningún consejo.
Escucho, leo libros,
aprendo, camino.
Y me voy haciendo viejo,
como los arboles
al pasar de estaciones
y de lluvias, soles y frío.
He obtenido alguna certeza.
La libertad es mi oxigeno.
Los dioses son limitados.
Los hombres, al contrario,
que los que habitan los altares,
nos reimos.
De la vida,
de la muerte,
de nosotros mismos.
Soy vulnerable
pero sin la mascara de la tristeza,
sin el caparazón de la verdad,
el tiempo me regala
emociones,
belleza, sentimientos
que compensan
este vértigo
de no ir por los caminos
protegidos
que me habían elegido.
Al igual que vosotros
he encontrado compañeros
de viaje y destino.
No usamos brújulas,
no pastoreamos amigos.
Recibimos a los niños
enterramos nuestros muertos.
Y creemos que somos iguales,
hombres, mujeres,
negros, amarillos, blancos
y que ninguno, ninguno, ninguno,
a solas, es un elegido,
y en conjunto, es un pueblo divino.
Somos de la estirpe
que evolucionó de un primate,
aprendio a reirse de si mismo
y creer en el libre albedrío.
Y que cuidar de su casa,
el planeta que nos cobija,
es lo único que tiene sentido
junto a que nadie tenga más
de lo qu tiene ninguno,
porque todos precisamos lo mismo.
Y nos mentimos lo justo
para desafiar los malos azares
del veleta destino.
© Mariano Crespo Martínez
este poema es genial...fuerte y genial. gracias!
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