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domingo, 25 de marzo de 2012

Ars amandi



Procedo del erotismo
de los que miraban de reojo
la pantorilla negra
de las mujeres de negro velo.

De perder la vista
de costurero morboso
enehebrando agujeros.
De escrutar por las ventanas.
De tener debajo del lecho
un burdel de papel
con mujeres en blanco y negro
con tarifas a precio de imprenta,
sevicio urgente
de unos gametos
clandestinos,
como unos genitales
de los servicios secretos
en donde uno evacua
la pasión,
junto a los excrementos.

Todo esto deja culpa
pero también un gusto
morboso por el misterio.

Los curas ignoran
que una playa nudista
es la tumba del sexo,
como una carniceria,
como la consulta de un ginecólogo,
como un pase de modelos
anoréxicas y pálidas
procedente del campo de exterminio
del deseo.

A las mujeres
las visten modistos que se excitan
con hombres y crean
muñecas de cera
y recortables en pliego.
A veces las visten con corbata,
y un dia las pondrán un bigote
de pega sobre los labios
de la cara
como lo dibujan
sobre los labios
humedos y escondidos
del tesoro sin archipiélago.

Una mujer es una caja fuerte,
que cuando está abierta
no sustraes el dinero.
Adivinar la clave,
deshojar el misterio,
derrotar al desaliento,
encontrar la palabra adecuada
en prosa o en verso,
sostener miradas que deslumbran
eso es, para mí, el sexo.

Luego la culminación
es la parte animal,
una gimnasia de Venus,
necesaria como los finales felices,
pero triste porque los desenlaces
son previsibles.
Lo imprevisisble, lo mágico,
es crear el argumento.

Leonard Cohen, Bukovski,
Nobokov, Romero de torres,
Lawrence, Aute,
Felllini, Berlanga,
Lewis Caroll,
Henry Miller,
Aristófanes,
Eduard Fuchs
,
Bocaccio,
Daniel Defoe,
Pierre Louis,
Margarita de Valois,
Francisco Delicado,
Quevedo,
Henry Fielding
y, tantos otros,
comparten estos
pecados inconfesables,
estos vicios solitarios.


© Mariano Crespo Martínez


                                  

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