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martes, 23 de agosto de 2011

Si no nos dan la Olimpiada que nos den un Concilio

Madrid en agosto suele ser una ciudad fantasma. Agosto compite con el general Franco en su vocación de enviar madrileños al exilio.Y con aquel milagro que inición el "600".



Curiosamente en ese éxodo masivo esta ciudad alcanza lo mejor de si misma. Es como esas artistas de masas a las que la ausencia de multitudes muestra lo más natural de su belleza y se torna cercana.

Madrid es más que nunca villa. Con fiestas como San Cayetano, San Lorenzo o la Paloma que le devuelven el olor a aldea que esta ciudad guarda bajo las alfombras de su condición de Corte.



La capitalidad de Madrid, en contra de lo que muchos presuponen, desnaturaliza a esta ciudad y atrae hacia sí a gente que hace números, que vende ideas y comercios, pero que no aporta convivencia.

Madrid, conocido es por todos, anda buscando una Olimpiada desde la fundación de Atenas, según los más radicales, o desde el bautismo de Pierre de Coubertain según los más moderados. Pero para mí tengo que la obsesión olímpica se ha convertido en enfermiza desde que Barcelona tuvo la suya. Madrid y Barcelona parecen condenadas, como los hermanos Matamoros, a considerar fracaso el éxito del otro y viceversa.

Para conseguir su obsesión olímpica está ciudad ha hecho más reformas, con los túneles como estrellas, con tales prodigios que no ver una zanja en esta ciudad era como no ver una palmera en Elche.

Pero ha habido una estrategia fallida. Hemos mirado hacia el subsuelo y los hemos horadado pero no hemos mirado al cielo, ignorando lo profético que se esconde en el dicho de “Madrid al cielo”.

Y es que es desde el cielo – en concreto, de sus oficinas en la tierra- esde donde nos vienen las mayores concesiones de eventos.

Así este agosto se nos concedió -y en ello nos hemos deleitado- la Semana Mundial de la Juventud. Se olvidaron añadir católica pero ya se sabe que para la curia romana lo que no es juventud católica son extras de la historia y daños colaterales de las desgracias de su poder.

Gracias a tal evento nos ha invadido un milicia bullanguera y alegre que, quizá inspirada en la estética de Pocholo (Martínez Bordiú) ha tomado la ciudad con sus mochilas,vituallas, su fe patrocinada por multinacionales y sus canciones que, en algunos casos, parecían compuestas por un músico de la escuela del autor de “Aserejé”. Creánme que escuché en el metro a un grupo de peregrinos que entusiasmados ensayaban una canción para recibir a Benedicto XVI en la que le alababan su “salero”.

No soy un gran conocedor de la naturaleza humana pero me genera alguna duda – seguramente por descreído- de que entre las múltiples cualidades que adornan al pontífice germano no se encuentra ni el salero ni el gracejo y que Benedicto estaría condenado a quedar el XVI entre los dieciséis finalistas del Club de la Comedia.



Estos muchachos y muchachas han soportado lo que no está en los escritos (bueno, sí en el Éxodo en donde se narra la salida del pueblo hebreo de Egipto) llegando a convocatorias bajo un sol cruel que no comenzaban hasta que había sombrita para la jerarquía. Incluso sufrieron con paciencia de Job la tormenta cruel que les dejó sin comunión en la misa celebrada en los rebeldes Cuatro Vientos. Eso sí, las hostias que no recibieron los peregrinos se las llevaron los laicos piadosamente repartidas por miembros de la policía.

Pero vamos a lo que vamos. Por qué demandar Juegos cuando en el COI pasan de nosotros olímpicamente. Vamos a ir sobre seguro. Que Madrid se postule para el concilio Matritense I (Barça 0, claro) que es donde alcanzaríamos nuestro objetivo. Y una fumata blanca en el Bernabeu hace más falta que un cóctel de valium en el estomago de Mourinho.

Yo lo dejo caer en mi afán de colaborar.

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